"En donde no esté el Buda pasa rápidamente y sigue sin detenerte;
pero en donde él se encuentre, pasa aún más rápido..."

viernes, 24 de septiembre de 2010

Buddhismo en Breve - Venerable Narada Mahathera

Venerable Narada Mahathera
Este libro es la traducción al español de la obra Buddhism in A Nutshell del Venerable Narada Mahathera.

Capítulo 1
El Buddha

Namo Tassa Bhagavato Arahato Samma-Sambuddhassa

En la luna llena de mayo del año 623 a.C. nació en el distrito de Nepal un príncipe indio Sakya (1), llamado Siddhatta Gotama, que estaba destinado a ser el más grande maestro religioso del mundo. Criado entre toda clase de lujos, recibió la educación propia y digna de un príncipe. Se casó y tuvo un hijo.

Su naturaleza contemplativa y su compasión ilimitada no le permitieron gozar de los fugaces placeres materiales de la realeza. Aunque no tuvo que soportar penas ni calamidades, inmenso era el pesar que sentía por la sufriente humanidad. Rodeado de comodidades y prosperidad fue capaz de discernir la universalidad del sufrimiento. El palacio, henchido de mundanos entretenimientos, no fue por mucho tiempo un lugar afín al compasivo príncipe. Llegó la hora en la que hubo que partir. Habiendo constatado la futilidad de los gozos sensuales, renunció a los placeres mundanos a la edad de veintinueve años y vistiendo el sencillo atuendo de un asceta, sólo, sin posesión alguna, anduvo buscando la Verdad y la Paz.

Su renunciación no tiene precedente en la Historia, pues no renunció en su vejez sino en el esplendor de su vida, no en la pobreza sino en la plenitud. Dada la antigua creencia de que no es posible la liberación sin soportar una vida de estricto ascetismo, practicó ardientemente toda clase de severas austeridades. “Añadiendo vigilia a vigilia y penitencia a penitencia”, realizó sobrehumanos esfuerzos durante seis largos años.

Su cuerpo casi se redujo a un esqueleto. Cuanto más atormentaba su cuerpo, más se alejaba de su objetivo. Las dolorosas e infructuosas penitencias que enérgicamente practicó resultaron totalmente fútiles, quedando así totalmente convencido, por su propia experiencia, de la total inutilidad de una auto-mortificación que debilitó su cuerpo y extenuó su espíritu.

Beneficiado por esta inestimable experiencia, finalmente decidió recorrer su propio camino, evitando los dos extremos: la auto-indulgencia y la auto-mortificación. La primera retrasa el progreso espiritual y la segunda debilita el intelecto. El nuevo camino que descubrió por sí mismo fue el Sendero Medio, Majjhima Patipada, que se convirtió posteriormente en una de las características más notables de su Enseñanza.

Una mañana radiante, estando profundamente absorto en la meditación, sin ayuda ni guía de ningún poder sobrenatural y confiando únicamente en su propio esfuerzo y visión, erradicó todas las impurezas, se purificó a sí mismo y, comprendiendo la realidad, consiguió la Iluminación a la edad de 35 años. No nació como un Buddha pero se convirtió en un Buddha mediante su propio esfuerzo. Siendo la personalización perfecta de todas las virtudes que él mismo predicó y estando dotado de profunda sabiduría e ilimitada compasión, dedicó el resto de sus días a servir a la humanidad, con el ejemplo y con el precepto, sin estar influido por ninguna motivación personal.

* [Iluminado, Despierto.]

Tras un exitoso ministerio de 45 largos años, el Buddha sucumbió a la inexorable ley del cambio como cualquier otro ser humano y falleció a los 80 años, exhortando a sus discípulos a contemplar su Enseñanza como único maestro.

El Buddha fue un ser humano. Nació como hombre, vivió como hombre y también como hombre, su vida llegó al final. Aunque fue sólo un hombre, fue un hombre extraordinario (Acchariya Manussa), pero nunca se atribuyó característica divina alguna. El Buddha enfatizó este asunto tan importante y no dejó ninguna duda, para que nadie creyese, equivocadamente, que Él era un ser divino e inmortal. Afortunadamente, no ha habido divinización de la persona del Buddha. Sin embargo, hay que destacar que jamás ha existido un Maestro que al mismo tiempo, haya sido tan diferente y tan similar a un dios.

El Buddha no fue la encarnación del dios hindú Vishnu, como muchos creen erróneamente ni fue un salvador que a su libre albedrío, salvó a otros con su propia redención. El Buddha exhortó a sus discípulos a depender de sí mismos para conseguir la liberación, pues tanto la pureza como la impureza –dijo- dependen de uno mismo. Precisó cual era la relación con sus seguidores y exaltando la auto-confianza y el esfuerzo personal, estableció sencillamente: “Vosotros debéis esforzaros, los Tathagatas (2) sólo son los maestros”.

* [Lit. “los que así se han ido”]

Los Buddhas señalan el camino. Nosotros debemos recorrer ese camino para obtener nuestra purificación.

“Depender de otros para la salvación es perjudicial, pero depender de uno mismo es beneficioso”. La dependencia de otros significa el abandono del propio esfuerzo.

Exhortando a sus discípulos a depender de sí mismos, el Buddha declaró en el Parinibbana Sutta: “Sed islas para vosotros mismos, sed un refugio para vosotros mismos, no busquéis el refugio en otros”. Estas significativas palabras son auto-ensalzadoras. Revelan cuán vital es el esfuerzo por conseguir el propio objetivo y cuán superficial y fútil es buscar la redención a través de salvadores, deseando una ilusoria felicidad en una vida posterior propiciada por imaginados dioses, plegarias incontestadas o sacrificios carentes de sentido.

El Buddha tampoco proclamó estar en posesión del monopolio de la Iluminación que, efectivamente, no es privilegio de una persona particularmente agraciada. Alcanzó el máximo estado posible de perfección a la que una persona puede aspirar y, sin el “puño cerrado” del maestro, reveló el único camino directo que conduce a tal estado. Según la Enseñanza del Buddha, todo el mundo puede aspirar al supremo estado de perfección siempre y cuando el esfuerzo necesario sea realizado. El Buddha no condenó a los hombres llamándoles “miserables pecadores”. Por el contrario, se regocijó, afirmando que el corazón del ser humano es puro en su naturaleza. Opinaba que el mundo no es malo, sino que está ofuscado por la ignorancia. En lugar de desanimar a sus seguidores y reservarse un loable estado para sí mismo, les animó e indujo a emularle, pues el potencial para alcanzar la Iluminación está latente en todos. En ese sentido, todos somos Buddhas potenciales.

Quien aspira a convertirse en un Buddha es conocido como Bodhisatta que literalmente, significa “ser de sabiduría”. El ideal del Bodhisatta es el más hermoso pues es la más refinada forma de vida nunca surgida en este mundo egocéntrico, porque ¿hay algo más noble que una vida de servicio y pureza?

Como hombre, Él alcanzó la Iluminación, proclamó al mundo las inconcebibles posibilidades latentes en el ser humano y su poder creativo. En lugar de colocar por encima del hombre un invisible visto dios todopoderoso que arbitrariamente controla los destinos de la humanidad y los subordina a su poder supremo, elevó la dignidad del genero humano. Enseñó que el hombre puede obtener la liberación y la purificación con su propio esfuerzo, sin depender de un dios externo o sacerdotes intermediarios. Fue Él quien enseñó al egocéntrico mundo el noble ideal del servicio no egoísta, se sublevó contra el degradante sistema de castas y enseño la igualdad entre los seres humanos, dando igualdad de oportunidades a todos, señalando que la única distinción entre los hombres es el camino recorrido en sus vidas.

Declaró que las puertas del éxito y la prosperidad están abiertas a todos, cualesquiera que sean sus condiciones de vida: alta, baja, santo o criminal, para todos los que se preocupen de pasar página y aspirar a la perfección.

Independientemente de casta, color o rango, estableció para los hombres y mujeres merecedores de ello, una orden célibe democráticamente constituida. No obligó a sus seguidores a ser esclavos de sus Enseñanzas o de sí mismo sino que les concedió la completa libertad de pensamiento.

Reconfortó a los desconsolados con sus alentadoras palabras. Auxilió a los enfermos que habían sido abandonados. Ayudó a los pobres que habían sido rechazados. Ennobleció las vidas de los engañados. Purificó las corruptas vidas de los criminales. Animó a los débiles. Unió a los divididos. Iluminó a los ignorantes. Alumbró a los místicos. Guió a los descarriados. Elevó a los indignos. Enalteció a los nobles. Ricos y pobres, santos y criminales le amaron por igual. Déspotas monarcas y justos reyes, famosos y sencillos príncipes y nobles, generosos y mezquinos millonarios, altaneros y humildes eruditos, pobres desvalidos, pisoteados recogedores de basuras, malvados asesinos, despreciadas cortesanas, todos se beneficiaron de sus palabras de sabiduría y compasión.

Su noble ejemplo constituyó una fuente de inspiración para todo el mundo. Su sereno y apacible semblante fue una imagen apaciguante ante los ojos piadosos. Su mensaje de paz y tolerancia fue recibido por todos con indescriptible gozo, convirtiéndose en un beneficio eterno para aquellos que tuvieron la fortuna de escucharlo y ponerlo en práctica.

Dondequiera que sus Enseñanzas penetraron dejaron una indeleble impresión en las mentes de las gentes. El avance cultural de todos los países buddhistas fue debido, principalmente, a sus Sublimes Enseñanzas. De hecho, naciones buddhistas como Ceilán, Birmania, Tailandia, Camboya, Vietnam, Laos, Tibet, China, Mongolia, Corea, Japón y otras crecieron en la cuna del Buddhismo. Aunque han transcurrido más de 2.500 años desde la muerte del gran Maestro, todavía su personalidad única ejerce una gran influencia en quienes llegan a conocerle.

Su impetuosa voluntad, su profunda visión, su amor universal, su ilimitada compasión, su desinteresado servicio, su histórica renunciación, su perfecta pureza, su personalidad magnética, los ejemplares métodos que utilizó para propagar sus Enseñanzas y su éxito final han contribuido a que una quinta parte de la población mundial aclame al Buddha como su Supremo Maestro.

Brindando un luminoso tributo al Buddha, Sri Radhakrishnan declara: “En el Buddha Gotama tenemos una mente magistral oriental, respecto a la influencia en el pensamiento y la vida de la raza humana, siendo venerado por todos como el fundador de una tradición religiosa cuyo dominio no es menos amplio y profundo que cualquier otra. Él pertenece a la historia del pensamiento mundial, a la herencia general de todos los hombres cultivados, pues, juzgado con integridad intelectual, seriedad moral e intuición espiritual, Él es, sin duda, una de las más grandes figuras de la Historia.

En “Los Tres Hombres Más Importantes de la Historia”, H.G. escribe: “En el Buddha vemos claramente a un hombre, simple, devoto, solitario, batallando por la luz – una vívida personalidad humana, no un mito. Él ofreció a la humanidad un mensaje de carácter universal. Muchas de nuestras ideas modernas están en cercana armonía con tal mensaje. Todas las miserias y descontentos son debidas, como él enseñó, al egoísmo. Para que un hombre pueda volverse sereno, debe dejar de vivir para sus sentidos o para sí mismo. Entonces se convierte en un gran hombre. El Buddha, en un lenguaje diferente, 500 años antes que Cristo, hizo una llamada al no-egoísmo. En algunos aspectos, está más cerca de nosotros y de nuestras necesidades. Sobre la importancia individual y el servicio fue más lucido que Cristo, y menos ambiguo sobre la cuestión de la inmortalidad personal.”

St. Hilaire remarca: “El perfecto modelo de todas las virtudes que él predica. Su vida no tiene mancha.”

Fausboll dice: “Cuánto más conozco de él, más le amo.”

Y un humilde seguidor del Buddha diría: “Cuanto más conozco de él, más le amo; cuanto más le amo, más conozco de él.”



Traducción al español por Rafael Pérez Ibargüen y otros. Versión original © 1982 Buddhist Publication Society 1997. Este material puede ser reproducido para uso personal, puede ser distribuido sólo en forma gratuita. Traducción española ©BTMAR 2007. Última revisión 21 de diciembre de 2007. BTMAR es Buddhismo Theravada México A.R. (Asociación Religiosa).

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