domingo, 20 de septiembre de 2015
En octubre de 2010 se celebró en la Gendronnière, el templo fundado en Francia por Taisen Deshimaru, un encuentro cuya temática versó sobre las perspectivas del Zen en Europa.
Tras una primera etapa de contacto con las fuentes japonesas desde la cual habían apenas transcurrido unas pocas décadas, es decir un tiempo cortIsimo en tèrminos históricos, el Budismo Zen en vez de entrar en un proceso de inculturización religiosa que le hubiese dotado de una nueva y fresca expresión acorde con el nuevo mundo en el que acababa de desembarcar o, más bien, en el proceso de búsqueda de esta expresión, había sin embargo empezado ya a adquirir visIblemente los rasgos de una iglesia vieja, cansada y dogmática. Su discurso y su práctica se habían convertido, y en buena medida siguen igual, si no peor, en la repetición esclerotizada de una serie de dogmas, relatos y gestos filojaponeses únicamente adecuados para ofrecer a sus practicantes un aparente refugio temporal frente al mundo en el que debemos vivir, nosotros occidentales contemporaneos; es decir se había convertido en una especie de pseudo-huida circustancial en vez de mostrar el camino que lleva no a huir del mundo, sino a vivir libres dentro del mundo y a la vez liberados del dolor del mundo.
Aquel encuentro, que reunió a una gran parte de "líderes" del zen europeo, pudo haber marcado simbólicamente un punto de inflexión en la trayectoria de la implantación del Budismo Zen en Europa. De hecho suscitó una serie de reflexiones y escritos crIticos, antes, durante y después, con la situación que estaba cristalizándose, algunos de los cuales ya publicamos anteriormente pero que, por su vigencia, recordamos en los enlaces al final de esta entrada. Sin embargo, mayoritatriamente, las cosas no han ido en la dirección de estos discursos, que aparentemente siguen sin ser ni oídos, ni entendidos, ni aplicadas sus consecuencias, sino más bien todo lo contrario.
La práctica liberadora del zazen, eje del Budismo Zen, sigue sin ser entendida. En vez de practicarse de verdad, sencilla y decididamente, se ha convertido en la escusa vacIa alrededor de la cual se articulan una serIe de cosas: como el sentido de pertenencia a un grupo "espiritual", diversos tipos de terapias o pseudoterapias orientadas a apaciguar la estresada mente del hombre occidental, propuestas orientadas al conocimiento cultural, o al entretenimiento, o al bienestar inmediato a traves de disciplinas exóticas venidas de Oriente, etc. que ciertamente pueden tener un valor mundano aceptable, en el mejor de los casos, en otros convertidas en simples formas de ganarse la vida para aquellos que están en la cima de las organizaciones piramidales en las que se han convertido los grupos zen, pero que en cualquier caso son ajenas a la radicalidad de la propuesta del Buda.
Uno de estos textos, inédito hasta ahora en castellano, es el que con el tItulo "No dejéis que se interrumpa", ofrecemos a continuación, que fue expuesto durante aquel encuentro en la Gendronnière por Éric Rommeluère, practicante y escritor francés del budismo zen, en el cual nos ofrece una serie de reflexiones a partir de su propia experiencia hasta ese momento en tanto que enseñante y responsable de un grupo zen.
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No dejéis que se interrumpa
Éric Rommeluère
Queridos amigos
El tema de este seminario versa sobre las orientaciones del Zen en Europa. Hasta ahora los debates han tratado -y tratan todavía- sobre la institucionalización y las formas que se deberían adoptar aquí, en Occidente. Las relaciones con las instituciones japonesas y la conformidad con las reglas y los ritos han estado en el corazón de estos debates. Hablo de debates, pero sería más apropiado hablar de controversias. No ha habido una respuesta unívoca y nosotros podemos ver hoy en día una gran variedad de formas y de opciones. Algunos dirán que se trata de riqueza, otros de confusión. La experiencia muestra sin embargo que las opciones son también la expresión de una búsqueda sincera que nadie puede poder en duda.
Continuar este tipo de debate tiene sin duda su importancia, pero esto no me parece hoy en día ni fundamental ni determinante. Hay sin duda otras cuestiones que podrían ser abordadas. Actualmente una de las orientaciones adoptadas por la mayor parte de las tradiciones budistas en Occidente me hace reflexionar profundamente. Yo podría formularla de la siguiente manera: ¿La forma de centro budista tal y como nosotros la conocemos, con sus actividades de meditación y talleres de todos los tipos, es apropiada para trasmitir el dharma? Una cuestión así puede parecer sorprendente o inconveniente puesto que no solamente el Zen sino igualmente el resto de escuelas budistas se desarrollan hoy en día en Occidente por la red de centros, de grupos y de asociaciones.
Con el fin de aclarar mis palabras y mi cuestionamiento, quisiera aportaros una reflexión personal en forma de testimonio. Pues este cuestionamiento es también un cuestionamiento sobre mi propio camino. Para aquellos que no me conocen diré que fundé en el año 2000 una asociación y un grupo de meditación en París y desde entonces animo meditaciones y retiros. Tengo un verdadero respeto por la institución japonesa, pero de acuerdo con Nishijima Gudô rôshi, mi maestro de transmisión, no he querido afiliarme a ella. Él mismo, como sabréis sin duda, es crítico con las formas institucionales japonesas. En cuanto a mí, no me siento nada implicado en estos debates (a favor o en contra de las formas institucionales), y mi propia elección se dirige simplemente hacia una inquietud de libertad personal. Siempre me ha parecido esencial seguir la manera en la que yo mismo he recibido esta práctica y hacerlo de una manera simple y directa. Pero al final de diez años, debo de confesar ahora que tengo la sensación de estar en un callejón sin salida, e incluso de haberme equivocado. Brevemente, he hecho lo que todos hacen: se abre un grupo, se habla, se enseña. Pero siento, sin poderlo explicar completamente, que se trata de una forma de extravío. El término puede ser un poco fuerte, puesto que se avanza también cometiendo errores que son, también, enseñanzas.
¿Cómo podría intentar explicar este sentimiento? Yo comencé a meditar hará más de treinta años con Deshimaru Taisen rôshi. En aquella época meditar, ir a un grupo de meditación zen tenía algo de inaudito. En cualquier caso yo lo vivía y sentía así. Nos permitíamos todo tipo de audacias para estar a la altura de esta vía del Zen. Se trataba de un estado de espíritu que no estaba simplemente asociado a las enseñanzas de los maestros, a la disposición de los discípulos, incluso al contexto, sino a algo todavía más vasto que abrazaba todo eso a la vez. De hecho no eramos verdaderamente adherentes a un centro, a una asociación o a una institución. Era otra cosa. Se iba más allá. Por supuesto había grupos, asociaciones, lugares, pero no era eso lo importante
En treinta años el budismo, el Zen se ha instalado. e insensiblemente las cosas han cambiado. Los centros y las asociaciones se han convertido en formas imprescindibles e infranqueables. Difícilmente consideramos poder proponer otra cosa que actividades. Hoy en día, de manera general, un centro o una asociación budista aúnan una oferta y una demanda. Todos tenemos experiencia de que las demandas han evolucionado profundamente estos últimos años. Numerosas personas se dirigen a la meditación como una forma de bienestar e incluso de restauración de la salud mental. Nuestra sociedad es terriblemente ansiógena y nuestros contemporáneos buscan de una manera u otra cortar con la angustia que esta segrega. Tratándose del Zen, constatamos a veces (incluso a menudo) una verdadera incomprensión sobre el sentido de esta vía que a menudo no es asociada del todo al budismo. Las mentalidades han evolucionado. Otra característica de nuestra sociedad hiper-moderna es el carácter «líquido» de las relaciones humanas, por emplear un término de Zygmunt Bauman, un escritor y sociólogo que explora las metamorfosis del mundo contemporáneo. Nuestras relaciones son cada vez más líquidas, eso significa que nos comprometemos en una relación o en una actividad mientras que tengamos la posibilidad inmediata de retirarnos. El esfuerzo, la nobleza del compromiso ya no tienen demasiado sentido. En un grupo budista este carácter líquido se manifiesta bajo la forma de un turn-over y en la dificultad de hacer emerger auténticas vocaciones, no un compromiso militante sino un compromiso de corazón que se alimente de la fidelidad y de una constante profundización de la vía.
Y además estamos nosotros. Nosotros que hemos de adaptarnos a la situación. Me perdonaréis por utilizar este nosotros colectivo que apunta simplemente a haceros compartir mi propio sentimiento. Multiplicamos las actividades: los retiros, las meditaciones, las conferencias, las apariciones en televisión, los libros para atraer, para gustar a distintas sensibilidades. Tiene que haber para todos los gustos. Al mismo tiempo los grupos se han convertido en medios de vida y de estar satisfecho. Yo tengo hoy en día necesidad de un centro, de una asociación simplemente para ganarme la vida. ¿Pero hace falta ganarse la vida o hace falta perderla? Hoy en día todo esto me parece vano y simplemente mundano. ¿Sin darme cuenta, no he traicionado este dharma conformándome y manteniendo el círculo de la oferta y la demanda? He empleado a propósito el término oferta y demanda. Pues, incluso queriendo evitar cuidadosamente todo aspecto mercantil o empresarial, me pregunto si nosotros no adoptamos inconscientemente un esquema comercial. En el derecho francés una asociación es un contrato y establece relaciones contractuales. Por supuesto, no tenemos otra posibilidad pues la asociación es la forma jurídica «natural» que se nos impone. Y esta dimensión contractual, sino comercial, se insinúa en el fondo de nosotros, nos hace falta vender, encontrar algunos bonitos eslogan, tener productos que funcionen y buenos argumentos.
Este es mi kôan hoy en día. Yo lo expresaría incluso de otra manera: ¿Un centro es un lugar apropiado para la eclosión del dharma? Hoy en día, si se continúa animando una asociación zen, dirigiendo retiros, todo va bien, las personas están satisfechas, me gano la vida y sin embargo tengo la sensación de que algo no marcha. ¿Acaso no mantengo finalmente la ilusión colectiva de este mundo, acaso no mantengo finalmente mi propia ilusión? Por supuesto, algunas personas objetarán que ofrecer estos retiros o estas meditaciones tiene sus virtudes, que todo esto aporta algo. ¿Pero tienen estas formas hoy en día la capacidad de mostrarnos la vía en toda su plenitud? Lo dudo cada vez más. Necesitaría sin duda parar todo y sin condiciones. Al mismo tiempo, no puedo dejar de desear ofrecer o compartir esta vía. Algo me retiene, yo no se si es falta coraje, la fuerza de mis ilusiones u otra cosa distinta. Un frase vuelve sin cesar a mi memoria; «No dejéis que se interrumpa» (danzetsu seshimuru koto nakare). Esta frase es repetida numerosas veces durante la ceremonia de la trasmisión del dharma. Resuena sin cesar y me recuerda la sinceridad de esos monjes que he encontrado y que tenían total dedicación. Ellos ofrecían esta práctica, testimoniaban el dharma, enseñaban a sus discípulos. Si ellos hubiesen cesado de ofrecerlo, de enseñarlo, yo no habría conocido nada del dharma.
«No dejéis que se interrumpa» (danzetsu seshimuru koto nakare). La forma de la frase es imperativa. ¿Cómo hacerlo? Desde hace algunas semanas yo ya no tengo centro. He «aprovechado» que la sala que utilizábamos en París desde hace muchos años ha sido vendida y ya no está disponible. No he buscado otra. Una persona de nuestra asociación ha encontrado otra sala y se reúne con algunas personas para meditar pero yo no iré allí para no reproducir el esquema habitual. No he hecho las habituales conferencias de comienzo de año para atraer a algunas personas nuevas. Desde hace algunas semanas he experimentado otra cosa con algunos amigos a riesgo de ser incomprendido. Meditamos donde podemos, dentro, fuera, aquí, en otra parte. Ya no hay sala, ya no hay tarifa. Solo debe unirnos una vocación. Estas personas se han comprometido a consagrar tiempo a una práctica personal, un tiempo a una práctica en grupo y un tiempo a una práctica orientada hacia los demás, trabajando por ejemplo en prisión. Yo no se que saldrá de esto. ¿Puede que sea una ilusión más?
Con muy raras excepciones la mayoría de centros o grupos son grupos seculares, incluso si algunas personas toman votos de monje y otras de laico. Monjes y laicos se diferencian esencialmente por su rol, por su implicación y su función en el seno del grupo, pero sus modos de vida nos son fundamentalmente diferentes. Se podría hablar en Occidente de la aparición de una nueva vía intermedia, puesto que la mayor parte de los practicantes no desean comprometerse en una vía monástica hablando con propiedad, ni ser simplemente fieles que sostienen un centro o a los monjes. ¿Yo me pregunto si esta fusión de la vía monástica y la vía secular, que tiene una explicación cultural o sociológica, no es finalmente una especie de confusión? Es evidente que la relación que une en Oriente a los monjes y a los fieles no es del orden de la oferta y la demanda (por lo menos tal y como se la conoce aquí). Se sitúa en otra parte. Dándole la vuelta a ese modelo, ¿no le hemos unido demasiado deprisa los modelos y los ideales de Occidente? ¿No nos hemos convertido sin saberlo en mercaderes?
Gracias
Éric Rommeluère
La Gendronnière – 16 octubre 2010
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Traducción: Roberto Poveda Anadón
Fotografía: Internet
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Previamente a aquel encuentro, Massimo Strumia Daido, Giuseppe Jiso Forzani y Mauricio Yushin Marassi, miembros del grupo zen italiano La Stella del Mattino, escribieron la siguiente reflexión al respecto:
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Para leer un resumen sobre aquel seminario, escrito por Frédéric Baylot,
que asistió personalmente a aquel encuentro en la Gendronniere:
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La intervención de Jiso Forzani durante la clausura de aquel encuentro puede leerse:
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Yo mismo, posteriormente, escribí igualmente una reflexión al respecto:
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Fuente: Huellas del Zen
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